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El Señor aborrece las ofrendas de los malvados,
pero se complace en la oración de los justos.
Como hemos escuchado desde el principio de la serie de sermones sobre proverbios, el contexto general de este libro puede describirse como “la instrucción de vida de un padre a su hijo” y esto se deduce al ver la manera en la que empiezan los capítulos con el discurso de “escucha hijo mío…”; y es en este contexto que el mayor consejo que le da el padre a su hijo es el del temor a Dios. En este podcast entenderemos que además de temer a Dios, hay una invitación mayor en el libro de proverbios que conecta a
ese “Padre” con el “Hijo” y es la Oración: La intimidad entre el Creador y su creación.
Dios se goza en la oración de los Justos y bien decía el salmista: deléitate en el Señor y él te concederá las peticiones de tu corazón. Si es la oración la oportunidad de deleite entre Dios y el hombre, y es tan necesaria como el aire que respiramos ¿Por qué nos cuesta tanto orar?. Es paradójico que algo que produzca gozo y deleite cueste tanto.
El predicador expone en este podcast 2 causas que estorban para la oración y hace que ésta sea una carga y no un deleite:
1.) Orgullo y soberbia: Se refleja en la manera en la que “calificamos”,
“COMPARAMOS”, “valoramos” y “vemos” lo que tenemos y a quienes nos rodean. Cuando creemos que basta de nuestra autosuficiencia y no de la misericordia de Dios para vivir, es una señal manifiesta del orgullo; cuando la oración que hacemos redunda en palabras como protegeME, susténtaME, AyudaME, daME, en lugar de protégeNOS, susténtaNOS, ayúdaNOS, daNOS, es una señal manifiesta de la soberbia. Y esto estorba en una relación íntima con Dios.
2.) El pecado: bien lo dice Proverbios 28:13 “Quien encubre su pecado jamás prospera; quien lo confiesa y lo deja, halla perdón.”. Paradójicamente cuando tenemos la oportunidad de estar en la presencia de Dios, en lugar de descubrir nuestro pecado y correr al trono de la gracia, caemos de nuevo en la oración soberbia: protegeME,
susténtaME, AyudaME, daME.
Finalmente, entendemos que oramos en el nombre de Jesús, porque por Él somos justificados, y presentados limpios delante de Dios: es por Gracia y no por obras; de no ser así, no tendríamos la oportunidad de entablar una conversación con Dios en la que tengamos deleite y gozo.
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