Predicador: Ronald Orozco
Fecha: Agosto 23 de 2015
Lucas 19:45-48Nueva Versión Internacional (NVI)
45 Luego entró en el templo y comenzó a echar de allí a los que estaban vendiendo.46 «Escrito está —les dijo—: “Mi casa será casa de oración”; pero ustedes la han convertido en “cueva de ladrones”.»
47 Todos los días enseñaba en el templo, y los jefes de los sacerdotes, los maestros de la ley y los dirigentes del pueblo procuraban matarlo.48 Sin embargo, no encontraban la manera de hacerlo, porque todo el pueblo lo escuchaba con gran interés.
Este mensaje especial, que interrumpe la serie del filipenses, pero que nos mantienen aún en la temática del evangelio, nos lleva a hacer reflexiones, basadas en el evangelio de Juan, en cuanto al precio y el premio de ser un discípulo de Cristo.
No juzguen a nadie, para que nadie los juzgue a ustedes. Porque tal como juzguen se les juzgará, y con la medida que midan a otros, se les medirá a ustedes. ¿Por qué te fijas en la astilla que tiene tu hermano en el ojo, y no le das importancia a la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Déjame sacarte la astilla del ojo”, cuando ahí tienes una viga en el tuyo ¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás con claridad para sacar la astilla del ojo de tu hermano. No den lo sagrado a los perros, no sea que se vuelvan contra ustedes y los despedacen; ni echen sus perlas a los cerdos, no sea que las pisoteen. Mateo 7:1-6 (NVI).
Predicador: Carlos Mendivelso.
Este pasaje comienza con la frase “No juzguen a nadie” porque Jesús sabe lo fácil que es para nosotros rotular y ponerle etiquetas a los demás. Él nos dice esto como un recordatorio para, que al escuchar todas las enseñanzas previas en los capítulos anteriores, no caigamos en el error de empezar a etiquetar a otros sin mirarnos a nosotros mismos.
Pero también hace esta advertencia sobre juzgar a otros porque:
La forma como juzgamos se aplicará a nosotros mismos, y más aún si lo hacemos a la ligera o sin piedad.
Debemos recordar que tenemos una tendencia a juzgar a otros sin mirarnos a nosotros mismos y a nuestras fallas.
Somo incapaces de quitarnos esa viga del ojo por nosotros mismos, Dios es el único que nos puede liberar de nuestras fallas y hacernos rectos.
Por último, este mensaje no nos llama a no juzgar, sino a juzgar con discernimiento de lo bueno y lo malo, con comprensión y con misericordia; buscando siempre la restauración del otro.